domingo, 24 de abril de 2011

Todo es lícito, pero no todo conviene

Cambiar el esquema de juego en un momento dado, motivado por las circunstancias, debido a las características del rival, provocado por las limitaciones de uno mismo, no es malo. El problema es cuando se traicionan los valores de la idiosincrasia, los principios de una institución bajo los que se ha construido la leyenda.

Cuando tu más directo rival te adelanta por la derecha porque es fiel a un estilo, a una forma de hacer, propicia que des bandazos intentando recortar una distancia que cada vez es mayor, que llega a provocar, incluso, que tus aficionados varíen la filosofía de toda una vida a cambio de una noche de gloria. Importan las finales y los títulos, pero también las formas. Ellas son las que encumbran y mitifican, destronan y desahucian. El fútbol es ganar, pero a algunos hay que exigirles un poquito más, por trayectoria y por presupuesto.

Yo nunca había visto al equipo más laureado del siglo XX jugar en su casa como un equipo pequeño, metido 70 minutos en su campo con once jugadores y renunciando al balón con descaro. Ni los de mi generación, ni mucho menos los de "las mocitas madrileñas". Lo peculiar del caso es que algunos que son "más papistas que el Papa" defiendan algo que no se sostiene, al último en llegar que no tiene ni idea de lo que es la esencia del escudo al que representa y que se cree el inventor de la pólvora.

A los abducidos les recomiendo que tomen nota de la opinión del futbolista más emblemático de sus 109 años de vida. Voz autorizada para sentirse abochornado de un planteamiento, de una imagen. Hay equipos que ganan títulos y engordan su palmarés y hay otros que además de eso, pasan a la historia.

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